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Mariposario

María Alejandra Paz

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Una malla cóncava limita el área de vuelo de esos animales, ellas estaban ahí, sentadas sobre las flores amarillas, rodeadas de cocas de frutos de banano, mango y plantas ligeras rociadas de agua.

 

450 metros cuadrados de caminos ásperos pero terapéuticos, respirar un aire puro y dejar el caos de la ciudad a un lado, en el espacio en los que cientos de ellas reposaban en un filo de árboles frescos y un entorno de espectador de 360 grados.

 

Un grupo de niños repasaban el camino cruzando el puente de madera para recordar su destino, se dirigían a la  sección de metamorfosis. Marcaron 10  pasos por el piso empantanado, se detuvieron para mirar, unas manos se acercan a ellos; en sus dedos esta adherida una armonía de alas y colores. Una especie de choque de manos le abrió camino y una de las mariposas se movió hasta terminar en el dedo de uno de los niños, parecía frágil y sumisa. Estaban impactados.

 

Otras mientras tanto revoloteaban sobre una fina cascada de agua, su nuevo hogar; 18 especies de mariposas reventaban en el umbral de vapor y la gente poco a poco se despedía de ese recorrido, de lo temporal, de la metamorfosis de cada ser.

 

 

Un luchador, un boxeador

María Alejandra Paz

 

En ese frío salón en obra gris, de grandes ventanas que daba entrada a capas de polvo y luz; entre seis llantas, tres sacos y retazos de periódicos en un lado de una pared, el Coliseo Mariano Ramos ofrecía ese 9 de Marzo el  acto principal  de un atardecer.

 

En un rincón Juan Serna y en el otro extremo Andrés Bejarano. El enfrentamiento enmarcaba un espacio donde el trayecto de los 4 guantes rojos pesados que circulaban de izquierda a derecha buscaban una marca, su retador.

 

Las piernas flexionadas de Serna coordinaban en giros de 90 grados. Una distancia de cinco metros acarreaba de manera alarmante a aquel personaje de pelo negro y corto, de hoyuelos en sus mejillas y estatura de 1,50 centímetros aparticipar con sus compañerosdel salón por una razón, la más sencilla motivación para continuar con su entrenamiento, el reconocimiento.

 

Juan Esteban Serna, el pequeño de tres hermanos,de 11 años de edad, inicia la rutinacon su taza de chocolate, huevos y pan de cada día; pues la energía que le proporciona el desayunorenueva las horas de sueño que le faltaron por cumplir. Todo su desvelo a causa de sus novelas favoritas de la noche del canal RCN, ya que según él, gracias a una de ellas, “A mano limpia”, aprende de técnicas de boxeo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ha pasado una exhausta jornada de estudio hasta las 2 pm y son muchos deberespor hacer, “estar en quinto grado de primariano es fácil”afirma con convicción Juan Esteban. Los números son su fuerte, pero las letras, de poco interés, resultan aburridoras y pesadas para el tiempo que podría disponer para formar un profesional  de Dibujo Técnico. Una carrera  de interés para él estudiar. 

La tarde concluye yEsteban con disposición camina desde su casaen el barrio Mariano Ramos paraasistir de Lunes a Viernes a las cinco de la tardeaesta batalla por alcanzar su sueño, ser campeón mundial de boxeo.

 

Un luchador como Juan Esteban Serna, cuando se ajusta su vendaje lo hace con más regocijo que antes;pues sus manos están haciendolo que habían deseado desde segundo de primaria, cuando eran muchas las ocasionesen el colegiodonde buscaba en su pandilla unos cuantos desafíos físicos por rebasar, sin traer problemas de convivencia.La utopía, el privilegio de poder jugar con sus puños, esquivar a su oponente y dejarse llevar por un baile de adrenalina por fin se ha hecho realidad.

 

Lo que se construye en las entrañasdel campeón Serna no se hace en las horas de gimnasio; es el apoyo de su familia, su visión de él del día a día y la del sueño que una vez su padre,Diego Serna,culminó a sus 17 años, en lo efímero de su carrera de boxeador y sin soporte económico que le permitiera avanzar.En cada día de preparación el último aliento va para su padre, el detonador de su vocación.

 

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