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CRONO

Susana Serrano

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tic-tac… tic-tac… el incansable sonido del reloj invadía la habitación como un espectro, frío y omnipresente. Decidió que ya estaba cansado de él, quería destruirlo, hacerlo desaparecer. Los días pasaban, los minutos seguían su ciclo, siempre repitiéndose, siempre siendo diferentes al que acababa de pasar pero, de alguna forma, totalmente iguales. Todo se movía, envejecía, se consumía, moría, seguía su rumbo natural junto al minutero, pero él permanecía allí, plantado, inmutable.

 

Los días pasaron y su rabia no pudo contenerse más. Se preguntó en algún momento ¿Qué era él? y recordó la respuesta. Era un recuerdo efímero e inasequible de algo que ya se había evaporado. Miró su cuerpo, desconcertado, atemorizado y se cuestionó sobre la razón de su existencia. De repente encontró que el reloj estaba presente y olvidó sus digresiones.

 

Un día una mujer entró a la habitación, y por un breve instante el tic-tac fue apagado por un lamento desgarrador y un caudal de lágrimas. El ser la miró desconcertado. Por una extraña razón entendió que la culpable de su situación era ella, pero ¿Quién era? ¿Acaso alguna conocida de aquello que alguna vez fue y que ya no podría ser recordado? ¿Sería ella aquella reminiscencia fugaz de la sonrisa y el beso que surgió al recordar el significado de su existencia? Una fragancia peculiar atrajo a su mente otra breve evocación pero fue entonces cuando volvió a escuchar el paso del minutero y el aroma se fue con el viento.

 

Pasaron los días y los minutos siguieron su ciclo, mientras él aguardaba plantado e inmutable en la esquina de la habitación. La mujer, al igual que el resto del lugar, fue envejeciendo, marchitándose, pero siempre entraba a aquel cuarto, de paredes blancas y vidrios transparentes. El ser noto en su rostro cada vez más serenidad, cada vez menos padecimiento y fue en ese entonces, cuando la última lágrima fue derramada y el último recuerdo quedó enterrado en el olvido y así él desapareció y el tic-tac por fin se detuvo.

 

The Watchmen

Susana Serrano

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A causa de esas amistades de la vida que uno no comprende nunca la razón por la que aparecen o se vuelven posibles, ayer por la noche, mientras me debatía entre el ocio y el estudio, decidí verme de una vez por todas la tan recomendada película, por parte de Daniel, “The Watchmen”, la fantástica historia de un grupo de “héroes” que deciden luchar contra lo que es visto como incorrecto, injusto y violento en nuestra sociedad, ya que como ellos mismos lo dicen, la policía nunca hace nada al respecto. Viendo la película me cuestioné tanto sobre la paz, la ecuanimidad, sobre quiénes son los malos, quiénes crean justicia, hasta que al final surgió la pregunta ¿Qué es un héroe?

 

¿Acaso es aquel que pese a las circunstancias y el conocimiento del fin que sus pensamientos pudieran acarrearle nunca abandonar sus principios, como lo hace Rorscharch, quien es el único personaje que en toda la película nunca se quita la máscara por deseo propio, nunca deja de comportarse como un Watchmen a pesar de las prohibiciones de Nixon y que ve a la justicia y la verdad como la única solución lógica a cada problema del hombre? o será tal vez todo lo contrario, el héroe es quien es capaz de pasar por encima de toda moralidad, ética o valores para convertirte en un “salvador” y poder resguardar miles de millones de vidas por el sacrificio de unas cuantas, quien cree que impartir una justicia propia es mejor que no hacer nada.

 

¿Quién es al final el héroe de la película? Quién pensaría que una película tan absurda, pero tan cercana a la realidad, pudiera llegar a tocar tan profundo en mi alma, pero hay tantas cosas que en ella se dicen, cosas que podemos observar solo con sacar nuestros rostros por la ventana o simplemente ojeando velozmente el periódico matutino. La guerra, el peor juego de poder que el hombre pudo haber inventado; un ajedrez con piezas de carne y hueso donde el alfil no vale más que un peón, ni mucho menos que una reina. Un campo de cuadros negros y blancos en el que cada movimiento significa recibir el disparo u oprimir el gatillo, un mar de sangre con resolución antigua en la cual solo aquellos con más suerte sobreviven, como el náufrago Crimson, el único superviviente de su tripulación al pelear contra una bandada de cadáveres vivientes que navegan por las aguas en un barco negro azabache y que solo dejan a su paso muerte y destrucción. Crimson, al igual que todos los que lograr regresar de la boca del infierno, terminan volviéndose locos, con la insaciable idea de tener que salvar a la humanidad, a su seres queridos de un barco de velas negras que nunca llegara a cometer la atroz obligación, que solo espera imperturbable a aquel que se cree el salvador, sin ser nada más que el vil villano, si así se le puede llamar a alguien que se deja llevar por sus más primitivos instintos a causa del amor, la esperanza, la ilusión, la locura.

 

En un universo paralelo, donde la Guerra Fría encuentra su más alto punto de tensión por el inminente inicio de un ataque nuclear en 1985 y en donde existen quienes se ven con la obligación de proteger a la humanidad de las atrocidades que ellos mismos (The Watchmens) efectúan para frenar a los malos. Pero ¿son ellos los héroes? Entre los personajes se encuentra el Dr. Manhattan quien después de un accidente en una planta nuclear paulatinamente va convirtiéndose en un ser superior a nosotros y con lentitud va olvidando lo que es ser un ser humano, sin embargo, se considera con la potestad de juzgarnos, comprendernos aunque no tenga ya ningún tipo de entendimiento por nuestros comportamientos; aquel ser que observa y analiza en silencio, que tiene las razones justificadas y el poder suficiente para detener todo lo que ve a su alrededor, pero se detiene, examina y descubre al final que no vale la pena, de todas formas en un instante todo volverá a ser como era antes y aunque él se repita el asunto varias veces en su mente, ya no logrará llegar a entendernos pues ya no pertenece a nosotros.

 

Será tal vez que mis héroes se encuentran ocultos tras la bondad, la esperanza y la ciega credibilidad de que hay algo más allá que estos miedos, este odio que carcome al hombre, que podemos ser mejores, que todavía merecemos ser salvados y que podemos llegar lograr una paz sin necesidad de crear un caos mayor como lo piensan Búho Nocturno, Espectro de Seda, que sin embargo son los primeros en alegrarse al descubrir que ya no pueden ser superhéroes y los más felices de imaginar una vida normal; que ven sus máscaras y trajes como un juego nada más en donde pueden relajarse y que nunca debieron de haber empezado. También existe el héroe silencioso, que considera que no hay mejor justicia que la propia, que se cree un dios en tierra de pobres, donde nadie es nada, solo piezas de ajedrez todas comandadas por el mismo capataz, todas con el mismo inútil valor.

 

De todas formas, Ozymandias ataca al hombre en su inocencia, le hace ver que la única forma de impedir una guerra es creando algo pero a ella para unir a aquellos que son enemigos, que no hay mejor forma de encontrar la paz que teniendo un enemigo en común para pelear con él; que considera su decisión unánime y justa. Y por último, está aquel que es capaz de ver la realidad por sobre todas las cosas, que lo entiende todo y es capaz de entrever por nuestras máscaras. Que comprende el odio, los pecados, el caos de la sociedad, su impureza y que lucha con todas sus fuerzas por alcanzar esa justicia ciega impuesta por los mismos hombres para llegar a algún convenio. Rorscharch sería visto como el único héroe de la película, pero él mismo no puede serlo porque sus manos también están manchadas de sangre convirtiéndolo en todo lo contrario a un héroe que de todas formas no llega a ser un villano.

 

Pero al final ¿quién es el héroe? Me gustaría dejar la repuesta abierta y permitir que cada uno llegara a una conclusión diferente que los hiciera felices y así no crear más desorden del ya existente, pero no puedo quedarme callada. El escritor del comic The Watchmen, Alan Moore, aclamado por su realismo y por traer a colación una historia de héroes que no tienen poderes y no son héroes sino el primer atisbo de lo que se conocerá como antihéroes. Para él la fantasía de los seres con capaz, que defienden al débil y luchan contra la injusticia no existen, todos somos villanos en pequeña escala, egoístas que consideramos nuestra justicia mejor y más justa que la de cualquiera; pero ninguna pieza de ajedrez tiene la potestad de mover a otra, no somos nada más que gente tratando de aparentar ser la justicia de algo que va más allá de nuestro egoísta entendimiento y de encontrar una paz que solo se lograría con el fin de los humanos como los conocemos.

 

Brillos que engañan

Susana Serrano

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Oro fundido

En ríos de plata,

Corazón podrido,

Alma gastada.

 

Que podrá ser

Lo que el rubí cuenta

Cuando callas

Y el metal se tensa.

 

Cobre de engaños

Latas color plata

El cristal te enceguece

Pero el calor lo empaña.

 

Yo soy color tibio

Tú eres color nata,

Flor de lirio

En ríos de plata.

 

Oro fundido

Musgo esmeralda

Tronco de hierro

Ramas castañas

Hueco en el centro

Sin hojas,

Sin patas.

 

Brilla con la luna

Alumbra con el sol

Es frío, silencioso,

Es osco, engañoso.

 

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